El Mundo, 21 de mayo de 2018
Desde que la nueva pedagogía se propuso purgar el mal en el mundo, la enseñanza inició su particular senda hacia la sectarización y la servidumbre. Perdida la batalla de antemano, la extirpación del mal se centraría en las escuelas y en los libros con los que aleccionar a la nueva generación de niños amordazados por la bondad totalitaria de la corrección política. Las obras de Perrault, los hermanos Grimm, Mark Twain o Enid Blyton serían reescritas por censores encargados de preservar la inocencia y la inmadurez especulativa de la futura carnaza de secta partidista.
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Las dificultades de
aprendizaje derivadas de libros de texto con muchos contenidos y pocas
ilustraciones desaparecerían, transformando sesudos textos en panfletos de
colorines con aire de cómic infantil, con sus preguntas y respuestas al final
de cada lección, ahora llamada unidad didáctica.
Transformada así la enseñanza
en facilismo redentor, el modelo de escuela benefactora decidiría que la
infancia debía prolongarse también por decreto para ampliar cotas de protección
y control, de tal modo que se confundieran etapas de desarrollo, disueltas
ahora en espacios comunes, con el objetivo de asimilar la adolescencia a la
infancia y detener el proceso emancipador hacia la mayoría de edad mental.
Se desmantelarían así los
institutos de enseñanza media con dos sencillas medidas: la ampliación de la
enseñanza media de los 14 a los 12 años de edad y la reducción del bachillerato
de 4 a 2 años de duración. Jóvenes en proceso de formación hacia la autonomía y
la solvencia intelectual pasarían entonces a ser adolescentes infantilizados
compartiendo chicles y canutos, canicas y condones, bajo un paternalismo
psicopedagogista que, en lugar de desarrollar su potencial intelectual, les
exigiría adhesiones militantes a inagotables causas al servicio del
electoralismo permanente.
Al desplazar la milenaria
tradición científico-humanística por consignas engañosamente libertadoras y
ante la falta de retos o desafíos que supusieran la necesidad de desarrollar un
mínimo trabajo o esfuerzo personales, los adolescentes-niños comenzarían a
experimentar un estado de conciencia letal, capaz de dinamitar cualquier sistema
educativo: el aburrimiento, primer síntoma de la inminente desaparición del
clima de estudio, la pérdida de autoridad del profesor, el acoso escolar y la
deserción de las aulas.
De fondo, la ingeniería
social: la Consejería de Educación balear promociona huelgas ilegales de
alumnos-masa que, maduros para la movilización permanente tras décadas de
desustancialización académica programada, son utilizados para crear agitación,
irradiar propaganda, justificar subvenciones y consolidar cargos públicos.